La desaparición de Robin Hood
Alison y Peter Smithson, los héroes de un cuento de hadas en el Jardín de
un Robin Hood que acogió a pobres, a migrantes, a desplazadas y desplazados, a
la clase trabajadora. Un cuento sin
final feliz, el retrato de la vulnerabilidad del que habita la fractura, el
retrato del poder y la manipulación mediática.
“La desaparición de Robin Hood” recoge en su estructura cinematográfica la
misma línea argumental que utilizó en su momento Chad Friedrichs en el documental
“The Pruitt-Igoe Myth”, donde el testimonio vivo de los habitantes de este
proyecto de vivienda colectiva demolido en 1972, otorga a la película la carga
emocional necesaria para empatizar desde el lado humano y castigar el error
urbano y político de la destrucción. Pero más allá de las similitudes está la
representación simbólica de una serie de juicios, prejuicios y repeticiones, de
lecciones no aprendidas.
Los Smithson ya se han perpetuado. El trágico final de los Robin Hood
Gardens, anunciado en el título, refuerza su condición de héroes. La demolición
queda registrada ante la desolada mirada del espectador que observa cómo la
leyenda de un Robin Hood que vino a salvar a los pobres es una simple utopía,
una fotografía blanco y negro en un museo, una historia que contar (y estudiar)
sobre la globalización y la guerra.